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También falto al pueblo el uso de otra arma, y la mas principal, la cual es el recibir el cuerpo de nuestro Señor Jesuchristo, cuyo efecto, como dice San Cipriano, es ser tutela del anima en sus Peligros. Y no solo no armaban al Pueblo con las armas ya dichas, mas aun desarmaban a los que se querían armar, contradiciendo grandemente a los que estas tales buenas obras querían hacer; tornandose los pulpitos y los confesionarios, que son lugares para incitar a toda virtud y aparejos de ella y para consuelo de las animas que las quieren seguir, en lugares de tibieza y contradicción de los buenos, apagando el espíritu y fuego que el Señor enviaba en los corazones de sus ovejas. Y asi, por dos partes imitaban éstos a los malos enseñadores pasados; una, porque, con la anchura que daban y falsa paz, confortaban, como dice el Señor, manus plurimorum ut non revertetentur a via sua mala; y otra, por desconsolar y querer derribar a los que querían seguir lo mejor, según está escripto: Pro eo quod moerere fecistis cor iusti quem ego non contristavi. Y, andando el negocio tan al revés, fue hallado el pueblo tan flaco en el tiempo, que la divina justicia permitió que viniesen las olas grandes, y tempestades, y lluvias de 1as herejías, [que] no tuvo fuerza para resistir, y cumplióse lo que Hieremías dijo: Prophetae prophetabant mendacium; et sacerdotes applaudebant manibus suis, et populus meus dilexit; quid fiet in novissimo eius. Lo que acaeció fue la perdición miserable que nuestros ojos han visto. Y así pareció, para nuestro ejemplo, que la Iglesia cristiana, para ser la que debe, no ha de ser congregación de gente relajada ni tibia, sino que, pues siempre está combatida de unos enemigos y esperando el combate de otros, ha de estar siempre aparejada, armada y tan a punto, que, en tocando alarma, salga con esfuerzo a la pelea; y de tal manera se haya en ella, que alcance victoria. Pareció también que el Señor quiere que sus cristianos sean diligentes en le servir y que no se paga de gente tibia. Y, porque esto no se entendía en el tiempo de la prosperidad, dice el mesmo Señor, abajo del lugar alegado, habiendo enviado el azote: Scient quia ego Dominus